Vaguedad: el problema de la representación del mundo

El problema de la vaguedad en el lenguaje no es un problema propio solo de la filosofía. En las conversaciones diarias muchas veces nos enfrascamos en discusiones que pensamos que serían innecesarias si el otro pudiera comprendernos mejor. La pregunta por la vaguedad del lenguaje surge cuando nos damos cuenta de que nuestra única manera de conocer los pensamientos de otros es si estos voluntariamente los expresan por medio del lenguaje y así mismo es la única manera que tenemos para que otros conozcan nuestros pensamientos. Pero antes de culpar de poco exacto al lenguaje cotidiano, debemos cuestionarnos si es que los otros no entienden lo que yo les digo o es que yo no me sé expresar o es que estoy intentando expresar lo inexpresable.

En cierto modo, todas estas cuestiones radican en que el lenguaje humano, en tanto que actividad de un ser limitado, es también limitado. Tal como Russell dice, la posibilidad de un lenguaje perfecto y que tenga una significación precisa, es tan solo ideal. Dice en su artículo “Vaguedad” que “…somos capaces de concebir la precisión”. Se propone luego  definir la precisión, lo exacto, pero la ha definido con lenguaje común, para luego aplicarla y utilizarla como modelo de su lenguaje lógico exacto. Sin embargo, no podemos fiarnos mucho de ese lenguaje ya que estaría basado en una definición imprecisa de la precisión. El negar la posibilidad de ser precisos en nuestro lenguaje nos introduce en un círculo vicioso de imprecisiones del que no podemos salir, ni si quiera con un lenguaje idealmente preciso.  Si Russell fuera consecuente con su teoría, que no implica que no seamos capaces de concebir la precisión sino solo de definirla mediante el lenguaje común, la definiría solamente mediante el lenguaje lógico preciso. Sin embargo, la precisión es una noción común, no lógica. Russell es consciente de esto y por ello dice que el lenguaje lógico en realidad se basa en una creencia imaginaria de un significado preciso para los términos lógicos.

Según Russell, la noción de vaguedad es aplicable a cualquier representación y por lo tanto también a la capacidad representativa de nuestro conocimiento. Esto se debe asimismo a la capacidad limitada de nuestro conocimiento, pero no a un defecto de las cosas. Las cosas son como son  pero nuestro conocimiento, al conocerlas, no las agota. Por lo tanto, aunque una representación del entendimiento sea verdadera (es decir, represente lo representado) es posible que no lo represente por completo. Un ejemplo podría ser nuestro conocimiento de nuestra madre. Si alguien nos preguntara si conocemos a nuestra madre, sin duda responderíamos que sí y con razón. Sin embargo, cuando nos piden que la describamos nos damos cuenta de que no sabemos decir exactamente cómo es nuestra madre. En primer lugar, porque aunque la conocemos mucho, nuestra madre es mucho más que lo que conocemos sobre ella. En segundo lugar, porque incluso lo que conocemos de ella es difícil de expresar con palabras y lo más seguro es que terminemos la conversación con un: “Tienes que conocerla”. Esto no quiere decir que nuestra madre tenga una forma de ser vaga y por ello no podamos describirla, al contrario, significa que tiene una forma de ser tan precisa que no tenemos suficientes palabras como para describirla. Lo mismo sucede con otras realidades aparentemente vagas. Un ejemplo es el crepúsculo. No es ni día ni noche, sin embargo esto no quiere decir que sea una realidad vaga sino más bien que posee una forma de ser tan específica que no es ni día ni noche, sino que es lo que es: crepúsculo.

Pero, ¿es la vaguedad a la hora de comunicarnos solamente culpa de limitaciones del lenguaje o es también en parte culpa nuestra por no saber utilizarlo? Si creemos que meaning is use, como decía Wittgenstein, entonces para evitar la vaguedad tenemos que concentrarnos en el uso. En hacer que nos entiendan. Siguiendo con la metáfora de Russell, la exactitud depende de cómo mires las cosas. Pero no de qué tan cerca o de qué tan lejos las mires, sino de que las mires como son. Y en ese sentido, de que al hablar, te refieras a ellas como son. Es una lucha constante por conjugar leguaje, pensamiento y mundo que no estará nunca ganada, sino que se lucha en cada momento concreto. Y según se venza o se falle nos habremos hecho entender un poco más o menos por otro y habremos dado un paso en la comunicación. En resumen, es una lucha continua por hacer que nuestras palabras signifiquen cada vez más nuestros pensamientos y que nuestros pensamientos signifiquen cada vez más las cosas. Y esta lucha debe ser constante, sin descanso, porque mientras pensamos y hablemos no habremos ganado definitivamente.  

En cualquier caso, si tuviéramos un lenguaje preciso que no requiriera de ningún esfuerzo por nuestra parte para utilizarlo y hacernos entender perfectamente, seríamos computadoras. Pero el lenguaje humano es precisamente humano porque es su uso por parte de las personas lo que dictamina su significación y lo que hace posible una comunicación que no es solo para hacer llegar información perfectamente, sino para resolver necesidades de comunicación propias de las personas humanas. 

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